Era un gélido día de diciembre, aparentemente normal a los otros. Amber paseaba por las blancas calles de Nueva York, absorta en sus pensamientos mientras la gente a su alrededor caminaba apresurada, intentando llegar los primeros a esa eterna carrera que es la vida.
Nevaba. El color blanco cubría las ropas, la cara y el pelo de todo el mundo.
Todos iban envueltos hasta los ojos con abrigos, bufandas, gorros, guantes... pero ella no. Amber iba vestida con unos shorts, unas chanclas y una fina camisa de manga corta. Al contrario que todos los demás, ella no estaba cargada de bolsas, solo llevaba una pequeña mochila en su espalda.
Esa era su vida: Vivía ajena a todo lo demás, era diferente a los otros, y se sentía orgullosa de ello.
Era un chico rubio, alto y corpulento. Tenía unos ojos grisáceos, a juego con el paisaje que los envolvía.
¿Que por qué se fijó en él? Porque él, al igual que ella, era diferente a los otros. Vestía con una camiseta verde y unas bermudas rojas. En la cabeza llevaba unas gafas de sol.
Sin darse cuenta, ambos se estaban mirando mutuamente.Ése sería el primero de los mejores días de sus vidas.
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