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lunes, 27 de diciembre de 2010

#25

Era un gélido día de diciembre, aparentemente normal a los otros. Amber paseaba por las blancas calles de Nueva York, absorta en sus pensamientos mientras la gente a su alrededor caminaba apresurada, intentando llegar los primeros a esa eterna carrera que es la vida.
Nevaba. El color blanco cubría las ropas, la cara y el pelo de todo el mundo.
Todos iban envueltos hasta los ojos con abrigos, bufandas, gorros, guantes... pero ella no. Amber iba vestida con unos shorts, unas chanclas y una fina camisa de manga corta. Al contrario que todos los demás, ella no estaba cargada de bolsas, solo llevaba una pequeña mochila en su espalda.
Esa era su vida: Vivía ajena a todo lo demás, era diferente a los otros, y se sentía orgullosa de ello.

Entre el cúmulo de gente le pareció divisar algo; a alguien.
Era un chico rubio, alto y corpulento. Tenía unos ojos grisáceos, a juego con el paisaje que los envolvía.
¿Que por qué se fijó en él? Porque él, al igual que ella, era diferente a los otros. Vestía con una camiseta verde y unas bermudas rojas. En la cabeza llevaba unas gafas de sol.
Sin darse cuenta, ambos se estaban mirando mutuamente.

Era un día normal para todos los demás, para todos los normales; para todos menos ellos.

Ése sería el primero de los mejores días de sus vidas.

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